Somos seres sensibles, pero la sensibilidad, como todo lo que tiene que ver con el simio que somos, se aprende, por imitación. Recuerdo la gran sorpresa que me produjo ver aquel documental en donde unos macacos japoneses soportaban el duro invierno sumergiéndose en unos baños termales. Creo recordar que el caso se había documentado por primera vez en la segunda mitad del siglo XX en Nagano y que desde entonces, más macacos habían adoptado la costumbre. Se trataba de un aprendizaje cultural. Las fuentes termales llevaban miles de años ahí, pero algún macaco tuvo que aprender a ver aquellas balsas de agua de manera distinta y luego enseñar a sus congéneres. Supongo que hasta entonces su sistema de pensamiento automático les decía que entrar en el agua en el duro invierno suponía congelarse.
A nosotros nos ocurre algo parecido. La mayoría de los humanos transita por el mundo en modo automático, fijándose sólo en lo básico, su entorno inmediato, su familia, sus amigos y su trabajo. El resto del mundo exterior es sólo información en bruto, sin decodificar. Pueden pasar toda una vida viviendo en una manzana de calles en donde todas las plantas leñosas sean ‘árboles’ y todos los pájaros ‘gorriones’. Sin estímulo, y sin imitación, es decir, sin aprendizaje, serán ciegos a lo evidente hasta que alguien les saque del ensimismamiento.