Con llave o con clave

Entre las muchas cosas que le debemos a la Iglesia Católica está la técnica, rotunda y eficaz, para desatascar las situaciones políticamente podridas por inutilidad, desinterés, cálculo o incapacidad para llegar a acuerdos. La misma noche de las elecciones generales, 20 de diciembre de 2015, cualquier persona con una sólida formación en matemáticas de la Enseñanza Primaria (lección 1, «La suma o adición», y 2, «La resta») dedujo que había posibilidades más bien escasas de desatascar el embrollo de los resultados, pues los partidos habían sacado representaciones minoritarias y para formar coaliciones se necesita de la capacidad previa de saber y/o querer negociar y no haber quemado previamente las naves con afirmaciones categóricas del tipo «jamás negociaré bla-bla-blá». Negociar en minoría supone meterte tu programa por el lugar por donde ponen huevos las gallinas e intentar llegar a acuerdos en todos los asuntos que no pongan en peligro el núcleo duro de la identidad de tu partido político, las famosas «lineas rojas» que no se pueden traspasar.

Es más fácil no llegar a acuerdos que llegar a ellos —como es más fácil no tocar bien las castañuelas que tocarlas— pero se supone que a la política se llega para resolver los asuntos, no para joder (más) la marrana. Así que se nos queda a algunos cara de gilipollas (de más gilipollas, o sea) cuando bien entrado el mes más cruel, ese que engendra lilas de la tierra muerta, escucha a unos merluzos decir que van a iniciar negociaciones. ¡Penitenciagite, pecadores!

En 1274, la Iglesia Católica celebró el Segundo Concilio de Lyon que pretendía resolver, entre otras cuestiones, el delicado asunto de las elecciones de Papa, que en la última ocasión había tardado tres años en producirse (más del doble de lo que tardaron los belgas en formar gobierno en 2011). Para que una situación semejante no volviera a ocurrir, el Concilio estableció que diez días después de la muerte del Papa se reuniría y aislaría a los cardenales electores bajo llave, cum clavis (cónclave). Si pasados tres días no llegaban a un acuerdo se reduciría su alimentación y a partir del octavo día serían alimentados exclusivamente con pan, agua y vino (lo del vino, ya se sabe, es porque fomenta la amistad y predispone al magreo y al acuerdo). Pero, lo más importante —tomad nota, pecadores—, es que durante la duración del cónclave los ingresos de los cardenales pasaban a ser propiedad de la Iglesia.

Algo hacemos mal. Si una de las funciones primordiales del Parlamento es la de elegir Gobierno y ese mismo Parlamento manifiesta su incapacidad de realizar la primera tarea que tiene encomendada, debería disolverse ya y convocar elecciones. No basta con escudarse en el procedimiento y alargarlo como si fuera un chicle. Desde enero venimos escuchando murmullos que dan por descontada la convocatoria de nuevas elecciones y algunos partidos ya orquestan maniobras internas (como aplazamiento de sus congresos) para prepararlas, así que todo lo demás es pantomima y tomadura de pelo al respetable. Los que andamos escasos de la azotea lo sufrimos especialmente.

Quizá entre esas medidas de regeneración democrática que tanto ansiamos debería incluirse una nueva: que tras la constitución del Parlamento, sus señorías quedarán encerradas con clave en sus dependencias, habilitándose colchonetas y sacos de dormir para la ocasión; que tendrán un plazo de tres días para llegar a un acuerdo para formar gobierno y que a partir de los ocho, serán alimentados exclusivamente con pan, agua y vino de garrafa (para ahorrar), pasando sus respectivos salarios a ingresar en las cuentas de asuntos sociales de la administración pública.

Confío en que está medida será recibida con gran alborozo por la izquierda, siempre dispuesta a repartir su dinero con los desfavorecidos, y que la derecha, tan egoísta, simplemente procederá a darse prisa.

2 comentarios en “Con llave o con clave

  1. Añadiría que hay que quitarles el móvil y la tableta, que ni tuiteen ni blogueen, que las ciencias avanzan que es una barbaridad. Por lo demás lo del cónclave laico y el por qué llegar a él me parece fetén.

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