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El derecho al sexo

Se publica The Right to sex (‘El derecho al sexo’) de Amia Srinivasan, y Álvaro ‘Corazón Rural’ da noticia de ello en un artículo de El Confidencial en donde aventura que el derecho al sexo tiene muchas posibilidades de convertirse en una reivindicación en los próximos años.

Resulta que hay individuos manifiestamente incapaces de satisfacer sus deseos —básicamente, copular con hembras superferolíticas— que consideran esto una injusticia social. Se sienten discriminados y preteridos, y algunos de ellos han decidido que la sociedad tiene que solucionarles el problema. Si Álvaro ‘Corazón Rural’ tiene razón, es posible que en un futuro veamos asociaciones de afectados por el celibato involuntario, o quizá iniciativas parlamentarias tendentes a paliar este problema.

Lo tienen crudo. Si pudieran trascender su visión antropocéntrica, o ver media docena de documentales sobre animales de la BBC, quizá se dieran cuenta de que la lucha por el sexo es una de las tareas que más tiempo consume y en la que más se esfuerzan los individuos de las distintas ramas del árbol de la vida: insectos, peces, aves, mamíferos…

La reproducción asexual tiene la ventaja de la falta de esfuerzo —basta dividirse para multiplicarse— y el inconveniente de la producción de clones: cuando les va bien, proliferan, pero un simple virus puede acabar con toda una colonia de individuos genéticamente idénticos. Por contra, la reproducción sexual implica no sólo la búsqueda de pareja sino la competencia con otros buscadores; además, la pareja puede permitirse seleccionar al pretendiente. El sexo se convierte de esta manera en una prueba de estrés que obliga al demandante, normalmente el macho, a luchar con otros pretendientes o a realizar actividades ridículas y peligrosas para obtener la atención de la hembra. Hay peces que mueren en masa tras masivas y populosas eyaculaciones para fertilizar sus huevas. Hay arañas que se comen a los machos antes o después de copular con ellos. Hay mamíferos superiores en donde un macho dominante se pasa la vida protegiendo un harén para perpetuar sus genes y acaba muriendo en la tarea, como los viejos reyes.

Frente al modelo del harén —el macho dominante fertiliza a todas las hembras que puede— existen alternativas que también se dan entre los humanos. Una es el sexo casual, otra la prostitución y, la más común, el matrimonio monógamo.

La monogamia no es la solución mayoritaria entre los animales y ni siquiera la compartimos con el resto de los primates, salvo los gibones. Lo practican algunas aves como los cuervos o los loros, y algunos mamíferos, como los lobos. La monogamia tiene como ventajas el cuidado intenso de las crías y el evitar el infanticidio, bastante común entre los animales que conciben el sexo como una variante de la violación o en los harenes en donde un nuevo macho dominante puede acabar con todas las crías del macho anterior. La gran desventaja del matrimonio es el número limitado de descendientes o que estos salgan todos gilipollas.

De modo que, dando por descontado que somos animales —aunque unos más que otros— la competencia por el favor sexual es un asunto mayormente genético y no simplemente social. No es un asunto de justicia, sino de esfuerzo.

Si no eres ni el más guapo ni el más fuerte, que son los atributos más demandados en el primer encuentro, esfuérzate en ser más listo o más vistoso o más audaz o más gracioso. Seguro que si eres el único capaz de correr 250 kilómetros sin desmayarte o sumergirte en apnea 30 metros o hacerte un selfie subido a una antena de televisión, encontrarás una pareja que te valore y quiera frotarse un rato contigo. Todo es proponérselo. Además, si no sale bien, habrás contribuido indirectamente a la mejora de la especie. Piénsalo, todo son ventajas.