De todas las comparecencias de la noche electoral hubo una que consiguió ruborizarme. Hasta la despedida de Rita Barberá —una persona que no destaca precisamente por la elegancia de sus gestos— tuvo su punto de grandeza al reconocer la derrota y mostrar el orgullo de haber servido a su ciudad.
Hay que recordar que esta campaña, como la próxima cita electoral de diciembre, gira (guste o no) alrededor del mensaje de la renovación, de la caducidad de la «vieja política», de la honestidad, de la importancia de los valores frente a las marrullerías, de que la política no es una lucha por la permanencia en un cargo sino un servicio al bien común. El 15-M cambió la prioridad de los mensajes y estos aún no han caducado. Puedes intentar colar los tuyos, como ha hecho con éxito, en un terreno especialmente embarrado y fragmentado y en donde la crisis se ha mostrado mucho más benévola, el PNV (nosotros a lo nuestro, a trabajar por Euskadi), pero en otros terrenos no basta con fingir creer en estos mensajes. O los defiendes y demuestras que los representas o los combates, pero el fingimiento no suele funcionar salvo que seas Meg Ryan. Los políticos que no hayan entendido esto van a sufrir.
Acertaron quienes supieron transmitir la idea de que en la política se gana y se pierde, que importa el mensaje que transmiten los votantes, que se trata de llegar a acuerdos sobre los asuntos públicos respetando la decisión mayoritaria y que lo importante son las instituciones públicas y el trabajo que hay que hacer después en el día a día. Ejemplares en la exaltación de estos valores republicanos fueron las comparecencias de José Antonio Monago (PP, el perdedor) y de Guillermo Fernández Vara (PSOE, el ganador) en Extremadura.
Lo contrario estuvo representado por Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, apareciendo media hora después de la media noche, ya con tiempo para llevar «cocinado» un mensaje tan patético como este: «Si algo ha quedado claro en estas elecciones es que el Partido Socialista Obrero Español ha alcanzado al Partido Popular». Uf. La política entendida como el arte de mentir mirándonos a la cara; el viejo truco de comparar elecciones diferentes para enmascarar los resultados; la representación frente a la naturalidad; los palmeros prorrumpiendo en aplausos preparados de fingida satisfacción y transmitiendo algo cercano a una desazón entreverada con grima.
La verdad es que según los últimos datos, el PSOE había obtenido 671.491 votos menos que en las elecciones municipales de 2011, una pérdida en porcentaje del 2,59 y 943 concejales menos, empeorando los peores resultados hasta la fecha. Pero es que ni siguiera el mensaje de «haber alcanzado» al PP (en la caída) era verdad. Pese al castigo sufrido (una pérdida de un 10,49%), el PP ha obtenido 6.057.767 votos (453.944 más que el PSOE) y 22.750 concejales (1.927 más que el PSOE).
Es cierto que el PP ha quedado en muy mala posición, como todos los partidos a los que les ha tocado gestionar la crisis, pero el PSOE sólo ha sabido aprovechar esa circunstancia en los pocos lugares en donde los partidos y coaliciones emergentes no han sabido transmitir su mensaje de regeneración (y tienen, hasta diciembre, tiempo para conseguirlo).
La comparecencia de Sánchez, aunque viniera precedida de sus alusiones a esa chica subempleada que cambiaba de nombre y oficio según la plaza, fue una muy mala señal. No sólo parece que hace sus discursos con una troqueladora sino que también aparecen como troquelados todos sus mariachis. O renueva los mensajes y la coreografía y empieza a trabajar por una renovación auténtica de las formas o en diciembre optará a los peores resultados de la historia de su partido. Porque aunque los votantes no entusiastas prefieran optar por el mal menor frente al ardor populista, sólo lo harán a condición de que el «mal menor» no parezca a ojos vistas la «peor solución». Y lo parece.
[Por cierto, ni siquiera la noticia es veraz. El PSOE no «vuelve a repetir» su peor resultado, lo empeora bastante. Las cosas como son.]
Como no quiero que se pierdan en el hiperespacio estas joyas ideológicas que nos regala el PSC, el partido de las convicciones difusas y el tacticismo), deposito este comentario que he dejado en Facebook sobre lo mismo.
Insisto en resaltar la irrelevancia ideológica y ética de la actual dirigencia del PSOE, que cambia de discurso a velocidad de vértigo, según convenga. Ayer mismo, consultada Meritxell Batet, Secretaría de Estudios y Programas del PSOE sobre la posibilidad de pactos con el populismo (populismo ha sido la palabra que ha utilizado Pedro Sánchez en los últimos tiempos como sinécdoque de Podemos para hacer afirmaciones rotundas —Sánchez siempre hace afirmaciones rotundas— como que «El PSOE no pactará con el populismo»; 10 de septiembre de 2014 y fechas siguientes) soltó esta perla (AQUÍ, minuto 6:10).
«Bueno, el populismo es una corriente filosófica que ellos también la reclaman como suya y tienen sus referentes intelectuales, por tanto me parece que eso no tiene mayor relevancia».
Pues eso, que el populismo no tiene mayor relevancia porque es una corriente filosófica cuyos grandes filósofos (Jesús Gil, Hugo Chávez, Jean Marie Le Pen o Beppe Grillo) han trazado un camino en donde ponemos nuestras promesas al pie de sus excavadoras.
Si total qué más da. Que ya has votao, piltrafilla.
Tomen nota, ellos «también».