El Premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan ha producido una conmoción en la Fuerza y ha provocado grietas en la Torre de Cristal. La Literatura se tambalea. Antes cayeron torres muy altas, como las Artes Plásticas. Si ya ni siquiera está a salvo el último reducto, el penthouse de la Alta Cultura, y no podremos obtener reconocimiento por escribir pensamientos inmarcesibles o sextinas, ¿qué nos queda? ¿La viola de gamba y el clavicémbalo? Las tropas pop avanzan. Escondamos nuestros libros de Auden y de Guillermo de Aquitania. Desempolvemos la casaca del Sargento Pimienta. La culpa de todo la tiene Yoko Ono.
DUQUESNE WHISTLE
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like it’s gonna sweep my world away
I wanna stop at Carmangale and keep on going
That Duquesne train gonna rock me night and day
You say I’m a gambler, you say I’m a pimp
But I ain’t neither one
Listen to that Duquesne whistle blowing
Sounds like it’s on a final run
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like she never blowed before
Little light blinking, red light glowing
Blowing like she’s at my chamber door
You smiling through the fence at me
Just like you always smiled before
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like she ain’t gonna blow no more
Can’t you hear that Duquesne whistle blowing?
Blowing like the sky’s gonna blow apart
You’re the only thing alive that keeps me going
You’re like a time bomb in my heart
I can hear a sweet voice steadily calling
Must be the mother of our lore
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like my woman’s on board
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like it’s gonnna blow my blues away
You old rascal, I know exactly where you’re going
I’ll lead you there myself at the break of day
I wake up every morning with that woman in my bed
Everybody telling me she’s gone to my head
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like it’s gonna kill me dead
Can’t you hear that Duquesne whistle blowing?
Blowing through another no good town
The lights on my lady land are glowing
I wonder if they’ll know me next time round
I wonder if that old oak tree’s still standing
That old oak tree, the one we used to climb
Listen to that Duquesne whistle blowing
Blowing like she’s blowing right on time
RING, RING… SÍ, SUECIA, DÍGAME
Puestos a ser sinceros, el asunto de los Premios Nobel nunca me ha importado un pimiento. O para ser más exactos, el asunto de los premios en general me la refanfinfla. Me alegro mucho cuando se los conceden a los amigos o a los tipos que me caen bien (especialmente si tienen compensación económica) y me importan un rábano cuando se lo dan a gentes de las que no he oído hablar en mi vida y que, casi con toda seguridad, no me molestaré en leer. Este desapego no es una posturita; cometí el error de presentarme a un premio cuando aún conservaba algún gramo de inocencia y lo gané, lo que al parecer me facultó para ser posteriormente jurado de algún otro premio. Qué tontería. Descubierto el mecanismo, el reloj pierde su magia.
El caso concreto del Premio Nobel de Literatura es especial. Se trata de un premio universal, lo que implica divertidos problemas logísticos. Si al Premio Nacional de Literatura español pueden presentarse obras en castellano, gallego, catalán y vasco y puede darse el caso de que la mayoría de los miembros del jurado no tenga tratos íntimos con varias de estas lenguas, imaginemos lo que tiene que ser juzgar obras escritas en inglés, castellano, árabe, ruso, chino, alemán, japonés, sueco, húngaro y así sucesivamente y así sucesivamente. Es altamente probable que la mayoría de los miembros del jurado sólo conozcan las obras por sus traducciones y puede que sólo alguna de ellas.
Nos reímos mucho de los aficionados al fútbol, que son capaces de corregirle la alineación al entrenador y hasta a los seleccionadores nacionales, pero cualquier aficionado a la literatura «sabe» más de literatura que cualquier juez; no digamos ya los letraheridos que son capaces de leer más de tres libros al mes. Que se les escapen pequeños detalles para entender la magnitud del asunto como la influencia sobre los premios de las traducciones, la logística de los editores al promocionar sus productos o las maniobras dicen que diplomáticas, es una minucia. Porque los premios de este tipo no surgen en la biblioteca íntima de individuos políglotos que leen un libro en la penumbra, se sorprenden de su calidad y llaman sus ancianos colegas de la Academia Sueca. Se gestan más bien en las ferias internacionales (Frankfurt, Nueva York, Hong Kong, Montreal, Buenos Aires, Guadalajara…) en donde los editores internacionales maniobran como lo hacen los productores de cine en los festivales, a codazos. El libro, queridos niños, es una industria y a su alrededor se mueve mucha, pero que mucha pasta, pese a que tengamos que escuchar constantemente las jeremiadas de quienes sobreviven en su zona marginal.
Respecto a Dylan, sinceramente, me trae al pairo que le hayan dado el premio a él o Toumani Kagalungi, escritor camerunés, ciego y albino, de quien ha recopilado y traducido doce libros de endechas un profesor de Princeton editadas primorosamente por Random House y Simon & Schuster. No tengo duda ninguna de que pronto aparecerán libros de canciones de Dylan (decían hace años que atesoraba kilos y kilos de libretas de tapas negras con sus canciones manuscritas) ni de que esos textos se han tenido que mover previamente por los lugares convenientes para que se «produjera» el premio; en menos de un mes estarán en las librerías, fijo. Lo que me ha divertido es el mosqueo automático que ha producido el galardón entre los letraheridos, que súbitamente han descubierto que, de dárselo a un juglar, se lo merecían más Woody Guthrie, George Brassens o Vinicius de Moraes, sin olvidarnos de Víctor Jara y Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina. Sólo por este momento de felicidad producido por su estupor y desconcierto doy las gracias al inventor de la dinamita y al Rey de Suecia y levanto en su honor mi libro de pensamientos selectos de Haruki Murakami.