Descubrí a Louis Auguste Blanqui en mi libro de Historia Universal, en BUP. Supongo que entenderán mi curiosidad por un tipo que se apellidaba Blanqui y cuyos seguidores se denominaban blanquistas.
Naturalmente no leí entonces ninguno de sus escritos, poquísimo después, y ahora no tengo ánimo para intentarlo porque ayer, durante una sobremesa, mi vocación de líder revolucionario de las masas sufrió un duro revés cuando unos amigos comentaron que siempre elegían como delegado de curso al más bobo. La confesión me inquietó porque, aunque no coincidimos ni en el espacio ni en el tiempo, ejercí de delegado de curso desde la EGB a la Universidad, «ambas inclusive».
Pregunté con cierto temor y consiguieron tranquilizarme con la aclaración de que no, no elegían como delegado «al tonto de baba, sino al más gilipollas», al tonto útil, o sea. No voy a exagerar diciendo que toda mi vida estudiantil pasó por delante de mis ojos como en una película porque sería una horterada, pero si rememoré momentos cumbre de un gilipollismo tenazmente sostenido en el tiempo. A mí a gilipollas, y perdonen la inmodestia, no me gana nadie. Bueno, me ganaría Blanqui, que se pasó casi toda la vida en la cárcel, y no sólo por bocazas.
En fin, que de Blanquí leí apenas nada, pero aprendí mucho. Por ejemplo, esta lección que extrae Carlos Marx, cuando le acusa en su escrito sobre la Comuna de París de no haber sabido obtener beneficios para la clase trabajadora negociando, en lugar de optar por el todo o nada revolucionario.
Pero, ante todo, se me quedaron varias frases. El famosísimo título de su periódico «Ni dios ni amo», que acabaría siendo lema anarquista. «Quien tiene hierro [armas], tiene pan», supongo que de su famoso panfleto Instrucción para tomar las armas. «Seamos realistas, ¡pidamos lo imposible!», que sería lema de los chiripitifláuticos de 1968. Y, sobre todas ellas, mi gran favorita, que me sirve de luz y guía cuando, en los tediosos debates sobre el islamismo y la tolerancia, alguien empieza su parlamento con el conocido este-es-un-tema-complejo-con-muchas-aristas-que-blablablá; aquí saco el hierro de Blanqui, templado con la misma aleación que permitió a Alejandro desbaratar el nudo gordiano: «No hay libertad para los liberticidas». Así se construye una ideología y una actitud, pollos, con cuatro frases. No hace falta más.
De lo que me separa de Blanqui no hablaré si no es en presencia de mi abogado. Lo que me une es un tono general mezcla de exaltación y melancolía. De este modo termina «La eternidad a través de los astros», un libro en donde exhibe sus conocimientos de astronomía y física para acabar poniéndose nebuloso, místico y triste:
«Lo que denominamos progreso está encerrado en cada Tierra entre cuatro paredes y se desvanece con ella. Siempre y en todas partes, en el campo terrestre, el mismo drama, el mismo decorado, en la misma estrecha escena, una humanidad ruidosa, infatuada de su grandeza, creyéndose el universo y viviendo en su prisión como en una inmensidad, para hundirse muy pronto con el globo que ha cargado, con el desdén más profundo, el fardo de su orgullo. La misma monotonía, la misma inmovilidad en los astros extraños. El universo se repite sin fin y piafa en el mismo lugar. La eternidad interpreta imperturbablemente en el infinito las mismas representaciones».
Héctor Walter Navarro 26 agosto, 2016
Yo fui también «delegado» y estuvieron a punto de expulsarme de la universidad. El presidente de la Corte Suprema vetaba siempre mi ascenso como empleado de tribunales.
Comparto también tu admiración por Blanqui, amigo Perro. Sus herederos actuales pintaron una pared cerca de mi casa con esta consigna admirable que fotografié: «No crezca, es una trampa». Si quieres verla está en mi facebook como foto de portada del album «Paseo por los alrededores».
Perroantonio 26 agosto, 2016
Magnífico álbum de fotos. Te sienta muy bien la barba, dicho sea de paso.
No creo que pueda calificarse a Blanqui como anarquista, pese al éxito de algunas de sus frases y consignas. Marx lo consideraba un comunista revolucionario radical e intransigente, demasiado exaltado y poco dado a la negociación. Probablemente fue un iluminado, pero tuvo más coraje que el propio gobierno al defender París. Y escribía bien. Tiendo a admirar a los políticos que saben escribir; son tan escasos…