Entre los días 14 y 30 de agosto de 2017 el honorable fanzine Çhøpsuëy publicó los últimos haikus que este humilde traductor ha vertido a la venerable lengua castellana. Los haikus aparecieron sin glosa, enmarcados en unas horribles ilustraciones difíciles de describir sin recurrir a los insultos. ¿Acaso el ilustrador fue incapaz de apreciar las bellas estampas japonesas que le envié? ¿Por qué utilizó con escarnio la imagen de un actor americano que fingía ser japonés? ¿Por qué el majestuoso monte Fuji parecía un suflé? ¿Por qué todas las entradas tuvieron la misma ilustración? ¿Por qué la combinación de colores era tan horrenda? ¿Es el ilustrador estrábico? ¿Sufre de daltonismo? ¿Algún tipo de retraso? Son muchas las preguntas que me gustaría hacerle mientras poso suave pero firmemente mis manos alrededor de su cuello, pero he sido educado en las virtudes de la tolerancia, la mansedumbre y la humildad y no saldrán de mi boca sino palabras de agradecimiento a la excelsa labor de ilustración de este ser discapacitado para el cromatismo y la geometría. Gracias, muchas gracias.

Miro al cielo, veo pasar las nubes y la calma vuelve a asentarse en mi acalorado corazón. ¿Se perdieron los folios con comentarios que acompañaban a los haikus? ¿Volaron las notas biográficas? ¿Yacen acaso en el mismo vertedero que las 24 láminas japonesas que envié para ilustrar cada haiku? Preguntas que se llevará mansamente el viento como lleva a los gansos que cruzan el cielo de Kyushu.
Han sido muchos [dos] los lectores que me han pedido aclaraciones por esta colección de versos del venerable maestro Mematsako Sakuda. Corresponden a un viaje que realizó por España en el verano de 1982. Aunque se ha dicho que el maestro aprovechó el Año Santo Jacobeo para peregrinar a Santiago no hay ningún haiku que hable de este destino y sí de Barcelona y de Sevilla, de campos y de playas. Se ha sugerido que el peregrinaje del maestro a Santiago es pura invención y que realmente llegó en un paquete turístico de diez días y ocho noches que incluía vuelo de ida y vuelta desde Tokio, viajes en autobús (autopullman de lujo) y hoteles con visitas a Madrid, Toledo, Sevilla, Salamanca y Barcelona. Sea o no cierto, este humilde traductor prefiere dar por válida esta explicación y con ella in mente, como dicen en el Vaticano, tratará de comentar nuevamente estos versos.
Aunque los generosos editores del renombrado fanzine Çhøpsuëy tuvieron la gentileza de desordenar los haikus siguiendo algún criterio que nadie logrará jamás comprender, no es equivocado pensar que el maestro los escribió con un orden cronológico y tal vez geográfico. ¿Pero quién soy yo, humilde traductor y único especialista internacionalmente reconocido en la obra del maestro Sakuda, para enmendar la edición canónica del muy reputado —mil veces reputado— fanzine Çhøpsuëy? La hormiga no debe luchar contra el elefante. Ordenen entonces, oh nobles lectores, estas notas como lo crean conveniente porque este humilde traductor se limitará a seguir la excelsa edición del una vez más reputado fanzine Çhøpsuëy.
Desde el ciruelo
llega un olor dulzón
como a ciruela.
Aunque no es demasiado conocido, el maestro Mematsako Sakuda sufría de anosmia. Era incapaz distinguir el delicado aroma de unos pétalos de rosa de la ventosidad de un buey de Kobe. Aún así, se empeña en introducir olores en sus delicados haikus. Lástima que no haya sido capaz de captar el penetrante aroma del ciruelo.
El viejo tejo
erguido entre las hayas
parece un dios.
En el último número de la revista Sake & Wasabi que acaban de regalarme en Mercadona, el ignorante filólogo Makoto Origami ha comentado que tanto este haiku como el anterior le parecen, utilizo sus torpes palabras, «preñados de orgullo sexual varonil». Oh, ohhhhh… dinos, oh necio Origami, cómo puede estar el orgullo sexual varonil «preñado». ¿Por qué las mentes enfermizas ven sexualidad en todas partes? ¿Acaso un ciruelo no puede ser un simple ciruelo, unos melones solamente unos melones, un higo un higo y un tejo erguido solo un tejo erguido?
Luz del oeste.
La ciudad es arena
bañada en oro.
¿Está describiendo el maestro Sakuda la vista de Salamanca desde el Tormes al atardecer?
¡Qué gran pesebre
la Sagrada Familia
de Barcelona!
Es conocido que el maestro Sakuda quedó sorprendido por el templo de la Sagrada Familia de Barcelona pues guardaba en su escritorio una postal a todo color. A todo color desvaído. Cuánta pena invade mi corazón al pensar que el maestro no pudo contemplar el avance de las obras ni admirar tampoco el Palacio de la Bella Durmiente en Disneyland París. De su devoción por Gaudí no queda obra escrita, pero sí un pequeño macetero que había recubierto con pedazos de ladrillo y cerámica rota, y que el maestro llamaba «mi pequeño Parque Güell».
Museos, cuevas,
catedrales, castillos…
mieles y moscas.
En este haiku se advierte una velada crítica al deambular turístico. Uno imagina al sensible y venerable maestro encerrado en el autobús con otros cincuenta compatriotas, a 40 grados de temperatura por las carreteras castellanas de los los años 80, parando a las puertas de un castillo o una catedral para visitarla en quince minutos y entiende su desazón.
El peregrino
bajo el sol de Castilla
se caga en Dios.
¡Qué decir ante este exabrupto del maestro tan alejado de la sensibilidad zen! ¿Sería cierto que hizo al menos una etapa del Camino de Santiago y pudo saborear la experiencia mística de atravesar los campos de Castilla un mediodía de agosto? A este humilde traductor le escandaliza que el maestro llegara a expresar de forma tan robusta la relación que algunos cristianos de España mantienen con su dios.
¿Una mamada?
me dijo y dije no
a una ensaimada.
¡Oh, que gracioso malentendido! ¡Riamos con la gracia del maestro! ¡Ja! ¡Ja! Casi podemos ver al venerable Sakuda, 1,50 metros de estatura, callejeando en grupo junto a otros turistas nipones por el barrio gótico de Barcelona y siendo interpelado por una vendedora de dulces. Las dificultades del idioma, el equívoco cultural, quizá la belleza de la pastelera y, tal vez, el deseo sexual reprimido del maestro, le llevaron a malinterpretar la oferta. Oh, porque ¿quién puede decir no a una ensaimada?
Desde la mar
va lavando la lluvia
nuestras miradas.
¡Qué profundos y melancólicos versos del maestro! Tal vez arrepentido de sus deseos lujuriosos o de las miradas que ha dejado resbalar sobre las paseantes, las bañistas, las pasteleras, sus escotes, sus cinturas, sus torneadas y sedosas nalgas… y hasta por las estatuas, encuentra que la lluvia enfría sus deseos y lava su conciencia. ¡Qué difícil nos resulta comprender estas bajas pasiones!
Dos negros cuervos
descienden a la playa
y me sonríen.
Enigmático haiku. ¿Son los cuervos un aviso siniestro? ¿Recuerdan acaso al poeta que no debe regodearse en los placeres carnales, que es mortal? ¿Es la sonrisa de los cuervos un aviso de complicidad, un «ya tú sabes» que dirían en Chile? No podemos dejar de sentir el escalofrío que debió recorrer la breve columna vertebral del maestro.
Oliendo presas
el tiburón pasea
entre toallas.
No es la primera vez que el maestro Sakuda utiliza una imagen grotesca y poco elevada. ¿Cómo es posible que una persona tan sensible cayera en estos trazos de brochas gordas? ¿Vio el maestro películas españolas o italianas en los viajes de autobús y cayó contaminado por una estética tan lejana a la sensibilidad oriental?
Como a gorriones
ahuyenta la galerna
a los bañistas.
Pido disculpas y me inclino ante la memoria del maestro porque he traicionado sus palabras. Él dice gaviotas porque en Japón no hay gorriones. Pero este humilde traductor conoce a los dedillos las tradiciones de España y sabe que cuando se pronuncia la palabra «gaviota» todo el mundo responde a coro «¡como tú de idiota!», lo que estropearía la lectura del haiku: «Como gaviotas (¡como tú de idiotas!) / ahuyenta la galerna / a los bañistas». Ya ocurre con una famosa canción pop «Cien gaviotas (¡como tú de idiotas!) /dónde irán». El primer deber del traductor es entender la idiocinscrasia cultural y no traicionar el espíritu del autor. A esta noble tarea he consagrado mi vida.
Sol que declina
sobre la blanca arena
de las postales.
Podríamos entender estos versos como una ironía sobre el turismo. Pero quizá sea la prueba de que el maestro Sakuda sí estuvo en Galicia. O al menos que se compró una postal de las playas gallegas. Porque este humilde traductor ha comprobado que sólo hay arenas blancas orientadas al sol poniente en Galicia. Así de sutil es nuestro oficio.
Huele a jazmín
en Sevilla y a bosta
de toros muertos.
Ya adelantó este humilde traductor en su primera glosa que el maestro Sakuda padecía anosmia. Y sin embargo sorprende cómo el maestro supera su discapacidad y finge percibir los olores. ¿Le preguntaría a alguien? Si dice que Sevilla huele a jazmín y a caca de toro es porque… ¿visitó la Plaza de Toros de la Real Maestranza? ¿Acaso contempló una corrida? De toros. ¿Quizá está criticando la tauromaquia? ¿Y por qué olvidó otros olores como el perfume de azahar o el pescadito frito? «¿A qué huele?», habrá preguntado al ver como arrugaban la nariz las dulces japonesas al pasar junto a las calesas que pasean a los turistas. «A poesía, maestro».
Trazan estelas
de aire las golondrinas
con sus siseos.
Cañamonean
en las lindes del campo
los perdigones.
¡Oh! No puedo sino inclinarme para besar el suelo que ha pisado el maestro con sus pequeños pies. En estas leves estampas sus palabras elevan el vuelo, no como torpes perdices, sino cual gráciles golondrinas. La Naturaleza, aunque cruel, fue generosa. Le privó de narices, pero abrió bien sus ojos.
Día tras día
pescada y liberada
la misma carpa.
Las carpas o koi de vivos colores son frecuentes en las estampas japonesas. Simbolizan la perseverancia, pues cuenta la leyenda que tras intentarlo durante cien años, sólo una carpa logró saltar la catarata y llegar a la fuente del río, en donde se convirtió en dragón. El maestro da un giro a la leyenda y en lugar de perseverancia nos habla de paciencia. Igual que un triste koi se siente el maestro en manos del destino. Los viajes en autobús empujan a estas melancolías.
Deshace el mirlo
con su pico amarillo
la gusanera.
Por el barbecho
traza un arco una liebre
que corta un galgo.
Nuevas estampas naturales. En la segunda llama la atención el apunte geométrico, que revela que el maestro tenía conocimientos matemáticos, al menos de la escuela primaria. A este humilde admirador le sorprende la fría sensibilidad del maestro que reduce el cruel acto de la caza a un apunte balístico. Tal vez la dura estepa castellana estuviera endureciendo su sensible corazón.
Torpes gambones
se escaldan en las aguas
del balneario.
La admiración no debe nublar nuestro juicio: este es uno de los haikus menos logrados del maestro Sakuda. Podemos compartir su cansancio turístico y hasta entender la imagen del grupo nipón hervido en el «caldarium», pero la comparación de las pieles rosáceas de los bañistas con las gambas es muy infantil. El necio Makoto Origami, que apenas conoce la obra de Mematsako Sakuda por las traducciones de este humilde admirador del maestro, dice en Sake & Wasabi que los «gambones» son las piernas de los bañistas, porque «gamba» es «pierna» en italiano. Como dicen en Pontedeume, «ay, Señor, llévame pronto».
Suena una música
ligera y una risa
entre las rocas.
Qué tristes roces
en las habitaciones
de los hoteles.
¿Podemos suponer que el maestro tuvo una aventura amorosa durante su viaje? Es posible, pero dudoso. Aunque este humilde siervo reverencia hasta el suelo que ha pisado el maestro, ni aun sometido a tortura afirmaría que era un hombre atractivo. Conservamos una foto suya junto a un buzón postal y resulta difícil distinguirlos. La naturaleza esconde a veces a los espíritus sensibles bajo las formas más caprichosas. Por eso este obediente admirador tiende a pensar que el maestro se dedicaba tal vez a espiar a los amantes y a poner la oreja en los tabiques. Dicho sea con el mayor de los respetos.
Nadie ambiciona
esas flores de plástico
del camposanto.
¿Ya visitaban los turistas los cementerios en los años 80? ¿O quizá el maestro quiso ver uno de esos pequeños cementerios de los pueblos costeros? El lector percibe aquí la angustia del maestro ante el insondable vacío de la muerte y se pregunta si toda una vida no vale más que el homenaje de unas flores de plástico. Ay, «seat transit gloria mundi», que dicen en Martorell.
Bajo las aguas
en los huesos se prenden
coral y anémonas.
Este haiku nos reafirma en la idea de que el maestro visitó un cementerio costero. Quizá las lápidas le hicieron recordar los naufragios de sus lejanas islas. Afirma Origami que el maestro simplemente está plagiando a Shakespeare cuando dice «son de coral sus huesos / y ya en perlas trocáronse sus ojos». ¡Oh, qué lengua viperina!
¿Será la muerte
un silencio sin pájaros
y un cielo gris?
Se han llenado mis ojos de lágrimas al leer este último haiku. No porque haya sentido la tristeza del maestro imaginando la muerte, sino porque he recordado mi oscuro y minúsculo apartamento de Sinjuku. Así de vigorosa es la fuerza de la poesía que con una sola imagen sacude nuestras vidas.
Hasta aquí estas humildes glosas al gran aunque pequeño maestro de Hokkaido. He consagrado mi vida al estudio y difusión de su obra y espero poder presentar en el futuro a los lectores de este reputado fanzine nuevas traducciones de sus haikus. Como dicen en Aizarnazabal, «¡hasta la vista, viejo!».