Malos libros electrónicos

Al final, toda la emanación lírica sobre superioridad del libro de papel sobre el electrónico no es sino otra más de las batallas entre el comerciante burgués que vende tangibles al detalle y el capitalista que vende productos en masa. El libro de papel es un producto material que se puede ver y tocar y, por tanto, poseer, mientras el libro electrónico no deja de ser un intangible compuesto de bitios cuyo principal valor es que ocupa poco espacio y es portátil, como los paraguas plegables. Si la batalla no acaba de escorarse hacia el libro electrónico, no es por una indiscutible superioridad del libro en papel sino porque el libro electrónico aún no ha madurado como producto vendible y se le trata, como a los paraguas plegables, como un complemento.

Papel de sobra
En mi casa hay un libro al que amo y odio a partes iguales. Fue un regalo magnífico, una edición de principios de los 90 de «The Times Comprehensive Atlas of the World», un monstruo de casi medio metro de altura, que pesa muchos kilos, en donde aparecen mapas de los lugares más remotos de la Tierra. Una gozada para los fetichistas de los atlas que pasábamos horas viajando a los lugares más recónditos, leyendo las novelas de aventuras con la ayuda de un mapa. Hoy ni lo abro. Aunque bellamente editado, con su tipografía, sus colores, su tacto y todas esas cosas que solemos decir de los libros que nos gustan, resulta ser un mamotreto inmanejable y difícilmente ubicable que no puede compararse, ni de lejos, con los Google Maps o con esa maravilla llamada Google Earth. Una reliquia del pasado cercano.

Lo mismo puedo decir de las enciclopedias que tanto me fascinaron y por las que pagué sumas considerables. Ahora son pasto de las librerías de viejo. Soy admirador, usuario y mantenedor de la Wikipedia, que desde que uso la piel de Wikiwand me parece uno de los productos más bellos y emocionantes de la cultura humana.

¿Ha merecido la pena coleccionar tanta cantidad de libros malamente editados? ¿Tanta novelita, tanto policiaco, tanto clásico replicado en ediciones pobres? Vistos ahora, ya sin pasión, sólo siento piedad por los grandes autores, por los libros raros o bellamente editados y, claro, por mi colección de poesía. El resto puede reemplazarse perfectamente por cualquier edición electrónica, igual de pobre que su hermana de papel, pero que al menos goza de las ventajas de ocupar un espacio minúsculo, ser ultraportátil y copiable, y estar integrada en un aparatito que incorpora búsquedas, diccionario y retroiluminación.

Desengañémonos, si el libro electrónico no arrasa con el papel no es tanto por el amor de los lectores hacia el viejo formato sino porque aún es demasiado austero, porque su modelo de negocio está aún excesivamente centralizado y no distribuye la riqueza que genera, y porque aún no se ha logrado que los lectores confíen en las plataformas de distribución, como sí ocurre con la música, las películas y los videojuegos. Pero como siempre ha ocurrido, será la tecnología quien tenga la última palabra: lo que pueda hacerse, acabará haciéndose.

Hay tecnología
Hoy, de la misma manera que es posible hacer películas o videojuegos sorprendentes, es posible crear libros bellísimos en formato electrónico. Libros en donde se desplegasen obras de arte y fuera posible acceder a sus detalles más recónditos. Libros repletos de hiperenlaces en donde profundizar conocimientos. Libros con texto, tipografías, color, ilustraciones, vídeo, audio y cualquier otro elemento que pudiera enriquecerlos.

Recuerdo una prodigiosa edición en papel de «La isla del tesoro», de Stevenson, en donde los márgenes del texto principal estaban ocupados de dibujos explicativos con mapas, tipos de piratas y sus distintas indumentarias, clases de navíos, armamento, fauna y vegetación de las islas y una enorme cantidad de información que expandía un texto ya de por sí emocionante hasta convertirlo en una aventura del conocimiento. No hacía falta salir de aquel libro para aventurarse en distintos niveles de placer. ¿Por qué no hay libros así, pero aún más enriquecidos, en formato electrónico? Porque el coste de producirlos jamás se vería compensado por sus ventas. Las copias piratas circularían desde el primer momento y arruinarían a sus editores. Se da la paradoja de que existe tecnología para fabricarlos, pero ni hay lectores electrónicos que permitan sacar partido a este tipo de ediciones (se necesitaría un software de lectura más dinámico y tabletas más grandes y atractivas) ni parecen existir aún canales de distribución y venta atractivos. Y sin retribución no hay rocanrol.

Pero llegará. Llegará cuando pueda confiarse en el streaming literario, el cable de los libros enriquecidos, un canal de cobro por lectura que garantice retornos económicos para los editores audaces y los libros electrónicos sean algo más que páginas en blanco que imitan hasta la textura del papel. Una parte no desdeñable de nuestro papel de lectores es satisfacer el fetichismo de las ediciones y ya me dirán cómo aplacar a la bestia con esos tristes remedos de fotocopias en formato epub.

Sin ambición y sin recompensa, los editores seguirán tratando el libro electrónico como un subproducto, una especie de orujo de hollejos de la edición en papel (al fin y al cabo, es ya casi obligatorio hacer una edición electrónica antes de pasar por imprenta) que se vende a un precio desproporcionado a su coste por ver si produce beneficios antes de que se viralicen las copias.

¿Y los libreros?
Lo de los libreros es ya otra película. Comprimido su espacio en el circuito comercial por la distribución masiva (antes que Amazon ya casi les habían devorado por los pies las distribuidoras) no parecen disponer de muchos caminos: o limitarse a ser puntos de ventas de las distribuidoras o salir de este circuito adentrándose en el proceloso mundo de la edición artesana, las ventas de segunda mano y el centro de actividades culturales, algo para lo que primero hay que encontrar al público, formarlo y convertirlo en cliente fiel.

Porque aunque algunos digan que no se han dado cuenta, como esos editores que se enorgullecen de vender poco (estrategia comercial similar a la de los vendedores de joyas exclusivas), este asunto es un negocio que no consiste en culturizar a las masas, aunque sea un efecto colateral deseable, sino en intercambiar productos y servicios a cambio de dinero. Lo que se viene conociendo como comercio, vender algo por un precio mayor al de su coste para que, en el camino, puedas alimentarte tú, quizá tu familia y quienes han creado, fabricado y distribuido el producto. Lo demás es palabrería o, en el mejor de los casos, literatura.

Experiencias
Si los cursis no dejan de decirnos que la lectura es una experiencia, ¿por qué no vender experiencias en forma de libros electrónicos enriquecidos, con su estuche de coleccionista, como se venden las ediciones de Blade Runner o los videojuegos? ¿Por qué considerar al libro electrónico como un extra que se regala con un código de descarga con el libro real de papel y no al revés, regalar el libro del papel como el hermano no ecólógico, en texto plano, del libro electrónico enriquecido?

Hace tiempo, leyendo El ángel negro de John Connolly (una novela policiaca que sólo recomiendo a los zumbados del thriller) me enteré de la existencia del osario de Kutná Hora y de ahí pasé a interesarme por las esculturas realizadas en hueso, por las minas de plata, por la vida monástica y por ciertas historias de las Cruzadas. La novela me resultó más interesante por lo que indagué que por la historia en sí misma. ¿Donde están esos enlaces en la versión electrónica? ¿También tengo que buscarlos yo si leo la novela en un aparatito que parece el hermano discapacitado de una tableta? La lectura es realmente un juego de enlaces, de links que se siguen para ampliar conocimientos, de sinestesias visuales, sonoras y emocionales, y el libro electrónico, empeñado en imitar a las más tristes ediciones en papel está ignorando todo un potencial que sí han descubierto, por ejemplo, los videojuegos, que al fin y al cabo también nacieron de las planas versiones en tablero.

Supongo que será costoso incluir funcionalidad extra en la dichosa maquinita, especialmente si nadie lo demanda y a los editores no les interesa, pero llama la atención que se puedan añadir sonidos o realidad virtual a los videojuegos y no puedas poner el dedo sobre la palabra ángel para descubrir, por ejemplo, las jerarquías angélicas de Pseudo Dionisio.

El futuro ya estaba aquí
Yo ardo en deseos de que los libros electrónicos dejen de ser superficies planas como el papel. De esto ya habló hace tiempo Arcadi Espada, así que no estoy descubriendo ningún Mediterráneo. Quiero que los buenos libros electrónicos tengan profundidad, capas, y que esas capas sean tan profundas como un océano, que permitan pasar del cuadro evocado al cuadro real y a los detalles del cuadro y al autor y la sociedad en la que vivió y a su país y a su naturaleza, a sus costumbres… Habrá lectores que se quedarán en el texto y otros accederemos al subtexto, al contexto y al hipertexto.

No podemos conformarnos con los libros electrónicos cutres, que ahora son prácticamente todos, esos que sólo utilizan el hiperenlace para llegar al diccionario, a las notas al pie de página y poco más. Queremos más. Queremos mucho más. Queremos que los buenos libros electrónicos aspiren a abrirse hacia el infinito. Yo al menos sé que eso tiene un coste, pero si soy capaz de pagarlo por una película que apenas dura un par de horas, ¿cómo no hacerlo por un libro que me acompañará semanas?

Hay lectores y hay tecnología. Sin duda hay editores que sueñan con atreverse a rebasar el formato del libro impreso, que seguirá siendo útil y complementario. Sólo nos faltan mejores pantallas: está bien la pequeña de bolsillo, pero tampoco estaría mal una ligera de tamaño folio para poder leer libros grandes en la cama. Y faltan también un canal de venta amigable para que el dinero pase de nuestros bolsillos al del editor a cambio de esos libros enriquecidos que estamos deseando.

Malditos inventores, ¿a qué estaís esperando?

 

2 comentarios en “Malos libros electrónicos

  1. Estoy muy de acuerdo con las opiniones vertidas en el texto. Somos muchos los clientes potenciales que estaríamos dispuestos a pagar por productos de calidad.

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