Naciones, las justas

universal800En la discusión política, uno de los recursos retóricos que más me irrita es el que proclama que todos somos nacionalistas de uno u otro signo. Todo se reduciría a elegir identidad y nación, como se elige equipo de fútbol, y ¡a jugaaaar! En realidad ni siquiera es necesario elegir, porque la mezcla de humores, olores, signos, gruñidos, tañidos, colores, acordes y mensajes que compone el folkclore de la manada permite estabular con bastante eficacia a cualquier humano semoviente.

La ventaja de esta condensación de la participación política es que es más simple que el mecanismo de un botijo. Las posturas políticas se basan en el lugar de nacimiento y el único matiz es que, si has nacido en un barrio de emigrantes tienes cierta justificación para sentirte nacionalista de otra nación… traidor de mierda. Como suelen resumir con precisión esos grandes pensadores que juegan al fútbol, todo se reduce a la «fidelidad a los colores» o al «respeto al escudo». Fácil.

Vaya por delante mi total consideración a quienes sienten así la política y actúan en consecuencia a la hora de elegir bando, elegir alcalde, elegir música o elegir el plan de estudios del colegio de sus hijos. Yo respeto a todas las criaturas del Señor, a la hermana oveja y al hermano lobo, a la hermana zarigüeya y al hermano zorro, a la hermana gallina y al hermano quebrantahuesos. Pero mis adhesiones identitarias juegan en otra liga.

Es cierto que no puedo resistirme a la rotunda expresividad de mi lengua materna, que me gustan la morcilla, el chorizo, el arroz en paella y el chicharro al horno con ajos y guindillas, pero incluso estas potentes señas de identidad quedan absolutamente ahogadas por el poderoso torrente cultural greco-latino que me ha nutrido, por el influjo ideológico de las revoluciones francesa y norteamericana, y por la inundación torrencial de la olla cultural estadounidense.

Yo soy hijo del cine, del pop, de las novelas de detectives, del automóvil, de las bibliotecas públicas, de las lecturas desordenadas, de la tecnología informática y de internet. Mis iguales no son esos paleorrománticos tradicionalistas cuyas aspiraciones se resumen en tener «marco propio de relaciones laborales» (como dicen los sindicatos nacionalistas) o de relaciones culturales, religiosas o políticas. Mi ideal bebe de fuentes ilustradas clásicas, como Star Trek, y aspira a un gobierno mundial, a una legislación planetaria y a una justicia universal. Aún no entiendo cómo aquellos que han vivido el bochorno y la corrupción de las fronteras no saltan de gozo cuando atraviesan graciosamente un puente sin control fronterizo, sin tener que cambiar de moneda, sin necesidad de enseñar sus papeles o de mostrar sumisión a unos uniformados.

No, no es legítimo reclamar nación propia, salvo en casos de opresión sistemática, robo de recursos o violación de los derechos humanos. Las naciones son sólo una forma de organización humana. Ni unidad de destino, ni exaltación de identidad prefabricada, ni comunidad de odio hacia el vecino. Las naciones, como las tonterías, cuantas menos, mejor. Las justas.

12 comentarios en “Naciones, las justas

  1. Una vez más 👍👍👍👍
    Y aquí tienes aunque sea una que salta de gozo cada vez que va a Hendaya. Bueno, exagero un poco, no cada vez; pero te juro que todavía, a pesar de los años transcurridos en la nueva situación, hay veces que me digo o digo: «Hay que ver, lo que hemos ganado, cómo era esto antes de difícil y estresante y qué fácil es».
    Espero que te esté yendo bien la vida en general. Disfruto leyendo tus cosas. 😊

    1. ¡Cuántos emoticonos! Me puedo hacer un rosario.
      Pues disfruto haciéndole disfrutar, señorita, dicho sea con total circunspección. Salud y res pública.

  2. Ha estado usted cumbre maestro. Incluso pasaré por alto eso de poner la revolución francesa (esa cosa de masas) al lado de la americana (esa cosa de ciudadanos).

      1. Desde luego, pero una es pre-leninismo y la otra es post-cronwellismo. Yo las veo como bichos diferentes.

        Pero no perdamos el foco, le ha quedado una entrada para enmarcar.

  3. Brillante.
    Un pequeño matiz: el mecanismo de un botijo para enfriar y servir el agua no es tan simple. Desde luego el nacionalismo obligatorio lo es más, de largo.

    1. Merçi. Aunque no sé yo si aceptar de buenas a primeras el matiz. Si bien el botijo tiene su complejidad termodinámica, su mecanismo es de una simpleza ascética: simplemente no hay mecanismo.

      Salvo que le hayan puesto bluetooth, en cuyo caso me callo.

      1. Visto así, tiene razón.

        Supongo que me fastidiaba que al nacionalismo se le pudiera remotamente, aun por error, atribuir algún atributo del noble, útil e ingenioso botijo.

        Pero lo importante es lo que decía Parmenio: para enmarcar. Y hacer copias.

  4. Excelente reflexión.

    Ahora bien, para los nacionalistas separatistas (permítase la redundancia), la Nación –ese constructo identitario tan pintoresco– es el señuelo para imponer lo que a ellos les importa, que es el nuevo Estado: «su» Estado. Y «estados, los justos», también y sobre todo. Porque un Estado surgido de un nacionalismo y animado por él, siempre tendrá su ramalazo totalitario, o al menos un déficit intrínseco de libertad.

  5. Oiga ha estado Ud. brillante. Uno, que trata de discernir, elige afectos como todos, y entiende que la pasión por el color verde esmeralda de una pradera norteña es muy lícita, pero que el azar del nacimiento y la fatalidad de la querencia sólo condicionarán la vida entera de mentecatos. Leyes, sí, Sturm und Drang, no.

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