Es muy triste morirse.
Se va desvaneciendo la alegría del mundo
y pierden poco a poco su interés desmedido
las cosas materiales.
Y en un giro imprevisto,
adquieren importancia gestos inesperados
del pasado lejano
que nunca parecieron relevantes,
las palabras no dichas, las miradas distantes,
los abrazos no dados que como barro seco
se han quedado adheridos al recuerdo.
Parecía la vida
un árbol intrincado repleto de elecciones
como fruta madura al alcance del brazo.
Pero el brazo era corto, la fruta venenosa
y el camino posible era una rama rota
en cuyo extremo seco dormía una serpiente.
El juego va acabando y ni siquiera sabes
si has disfrutado mucho.
Esa enorme serpiente ha alzado la cabeza
y ya clava sus ojos en los tuyos.