SE ha quedado la tarde detenida
en el balcón radiante de tu pecho.
Mira tu madre campos en barbecho
y tú mis ojos miras, divertida.
El tren raya el paisaje. Y una herida
de luz quema mis ojos al acecho:
elevas tus rodillas y un estrecho
canal entre tu falda se hace huida
hacia el desnudo fruto dividido.
Gira el rostro tu madre y la sorpresa
de mi gesto en sus gafas se refleja.
Te levantas la falda y el prohibido
fruto me muestras. Mi mirada espesa
busca los ojos de tu madre —deja
la luz lenguas de fuego en los cristales—
y acaricias tus ingles mientras ruego
que no aprendan a ver sus ojos ciegos.